Las claves de la felicidad


La felicidad, esa vieja vital ansia humana, ha vuelto hoy a la palestra en el mundo. Diversas encuestas revelan que ha vuelto a ser una ansia central para la gente. Hay hoy una ávida demanda de libros, enseñanzas y maestros sobre el tema.

El buscar ser felices esta hoy “de moda”. La gran carencia de felicidad en el mundo actual lo explica. Luego de estar buscando satisfacción por tantos lados el ser humano moderno no se siente mas feliz; y siente mas bien que ha perdido la brújula para serlo. ¿En qué hemos fallado? ¿Y cómo podemos re-enrumbarnos a la felicidad?

La felicidad puede ser entendida como un estado profundo de bienestar y satisfacción-contentamiento fundado en nuestra identidad natural. La felicidad es el pináculo de la realización humana.

A la luz de lo anterior, aún en posesión de muchos bienes materiales y relaciones sociales, podemos terminar infelices. Parte de ello puede estar en tener demasiado apego a todas esas cosas, con lo cual podemos terminar como “poseedores poseídos”.Cuando la codicia entra en juego en este proceso, el asunto se hace mas grave. Como hemos dicho antes, la codicia es anatema en grado mayor para la felicidad, pues nunca deja satisfechos a los seres humanos de los que se posesiona. Como bien lo dijo Gandhi: “El mundo tiene suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no para saciar la codicia de tan sólo uno”. La codicia nos hace querer acumular en forma insaciable bienes o dinero con frecuencia a expensas de las necesidades o el engaño de otros, en contra de los preceptos del amor, la compasión y el no dañar la vida. Los bienes acumulados terminan así convertidos en “males’’.También se puede ser codicioso en la cosecha de poder o fama. Las consecuencias son las mismas.

Otra parte de la explicación sobre el por qué la posesión de cosas o relaciones puede no necesariamente hacernos felices podría estar en la calidad de lo que se tiene o disfruta. Podemos tener mucho, de pero no de la calidad necesaria para satisfacernos.

Pero la razón mas importante para explicar el por qué el tener o disfrutar de cosas no garantiza la felicidad es el carácter efímero de ellas, lo que ocasiona que todo apego a las mismas esté inexorablemente destinado al sufrimiento cuando éstas desaparezcan como inevitablemente habrán de hacerlo de nuestra vida. En cuanto a esto último, el mayor apego de todos puede ser el apego a nuestra a propia vida física, pues, en verdad, lo único seguro de ella es que terminará en su propia muerte, sin que podamos tener la certeza del exacto cuándo y cómo.

La aparente salud física tampoco garantiza la felicidad. No somos sólo cuerpo, somos además –y sobre todo- espíritu. Y si el espíritu anda mal no hay cuerpo que pueda arreglar el entuerto. Hay, por ejemplo, vegetarianos que, aún con todo su culto a la salud física, se comportan en verdad como “caníbales” pues se “comen” al prójimo e incluso a si mismos por su mal comportamiento. Por algo Jesús primero le dijo al inválido -a pesar del apremio de los familiares para que pusiera a éste a caminar:

“Primeramente que tus pecados te sean perdonados”; para finalmente luego decirle: “Ahora si, levántate y anda”; en una elocuente enseñanza sobre la mayor jerarquía de la sanación espiritual en relación a la salud física. Toda enfermedad física en verdad comienza en el terreno del espíritu; y ninguna enfermedad física en verdad puede curarse en definitiva si no hay la respectiva sanación espiritual. Y es que, desde el punto de vista de poder, lo invisible precede a lo visible; lo intangible a lo tangible; lo sutil a lo burdo.

Por ello en el naturismo tropical hemos hablado de dos guías supremas: “Valores Humanos antes que los valores materiales” y “No dañar en el pensamiento, la palabra y la acción”. Ideales tan sublimes que en verdad no debería hablarse, en propiedad, de “naturistas” sino de “aspirantes a naturistas”; pues.. quién lo ha logrado?

De lo anterior surge entonces la importancia de apegarnos sólo a lo trascendente, a lo permanente; y ello sólo se consigue en el terreno de Dios y en el terreno del alma, ó, para ponerlo en términos mas indígenas, de El Gran Espíritu o Creador y del espíritu de cada uno de nosotros.

De El Creador, y su obra el Cosmos Natural, viene toda la sabiduría indígena para ser feliz. Y el resumen principal de tal sabiduría descansa en la máxima chamánica “Todo es uno y todo está vivo”, cuyo corolario es entonces la vida responsable sin dañar –una enseñanza común a todas las grandes auténticas religiones.

La sabiduría natural es prerrequisito -junto al amor, la compasión, el respeto por toda vida y sentirnos útiles- para lograr ser felices. Los aymaras han resumido lo anterior en su código-filosofía zuma kumaña, que significa literalmente “vivir segun el orden del Cosmos”, “vivir en equilibrio”, “vivir bien”.

Separarse del Orden Natural era para el indígena separarse de la sabiduría. Como lo reconocía la siguiente declaración del cacique Oglala Sioux Oso Parado Luther: “Los antiguos dakotas eran sabios. Ellos sabían que cuando el corazón del hombre se alejaba de la Naturaleza se endurecía; ellos sabían que la falta de respeto por otros seres vivientes conducía pronto a la falta de respeto por los humanos también. Así que ellos mantenían a sus niños cerca de la gentil influencia de la Naturaleza” (Nerburn y Mengelkoch, 1991).

De todo lo anterior se deriva que, para el alcance de la felicidad, en definitiva, los aspectos del “Ser”, vinculados a lo trascendente y mas perenne, son mas importantes que los del “tener”, vinculados a lo menos trascendente y lo mas transitorio.

Todo lo anterior nos retrotrae a un aspecto fundamental de la definición de felicidad, su conformación con la identidad natural, con lo que somos de acuerdo a los designios de El Creador, con nuestra natural misión de vida existencial.

A la luz de lo anterior, adquiere significado universal la siguiente aguda apreciación de Henry Steel Commager refiriéndose a la sabiduría perdida: “Sólo el hombre en estado natural era feliz”. O, para, para decirlo en sentido inverso, si realizamos nuestra identidad natural seremos automáticamente felices, pues, como ha dicho el quechua Chamalu (Luis Espinoza): “La felicidad es nuestra condición natural y el principal síntoma de estar en nuestro sitio”

Para ser feliz, sin embargo, hay que añadir, a la común misión existencial de vida que tenemos como humanos y seres vivos conscientes, la misión de vida individual de cada quien. En relación a esto último la siguiente aclaración sobre el concepto nawal de los mayas lo resume muy bien: “..La felicidad y la realización plena de la vida se obtienen al cumplir el trabajo o la función encomendada en el momento de la concepción y el nacimiento..

Nadie viene al mundo porque quiere venir, dicen los Ancianos, quienes sabiamente aseguran que todos tenemos una misión que cumplir en la vida. Una papel que jugar en beneficio de la humanidad. Todo ser humano tiene un nawal que define una personalidad en particular y que lo hace diferente a las demás personas.....la misión de vida dependerá entonces de sus cualidades, aptitudes, virtudes y defectos, regidos por su nawal, que no es mas que una divinidad que ayuda y guía al individuo. El ser humano no puede renunciar a su misión. Es su don, su regalo, su responsabilidad, y si renunciara a esa misión se enfermaría o, lo peor de todo, se moriría” (Oxlajuj Ajput, 2001).

Somos felices, pues, si cumplimos la misión a la que estamos destinados como seres humanos, tanto en lo cósmico como en lo individual. Somos felices, pues, si simplemente somos lo que nos toca ser segun los designios del Cosmos o Dios. Y ello constituye un camino mas que un destino, en el aquí y el ahora.

Para hacer una analogía con el mas sencillo mundo animal: “el pájaro no canta por estar feliz, está feliz porque canta”.

Y al ser felices trascendemos, nos liberamos de lo subalterno y lo perecedero.

Análogamente al pájaro que no teme el momento en que la rama en que reposa empieza a crujir pues él tiene alas para volar.

Como las alas a las que podemos apelar cuando nos llegue la muerte física, porque, como dijo el indio Seattle, en definitiva:“no hay tal cosa como la muerte, sino un cambio de mundos”.

Como las alas puestas sobre las figuras humanas indígenas de la cuidad sagrada de Tiwanaku en Bolivia o de las rocas de Atures en el Orinoco venezolano, que nos recuerdan nuestra propia conexión con la trascendencia. La trascendencia donde mora la felicidad.

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